Hombres YY: un huevo de metal para Magnetón

Cuando Magnetón perdió su único testículo de metal perdió las ganas de vivir, llegó a deprimirse tanto que no podía mover ni un clip, hasta que conoció a Mastique, el mutante que a voluntad puede convertirse en caca. Se conocieron en un Sumesa, en el pasillo de las mermeladas, Mastique no podía abrir una de durazno y del coraje las manos ya se le estaban haciendo de poposita, Magnetón se acercó, tomó el frasco de mermelada y lo abrió sin tocar la tapa.

-Gracias- dijo Mastique ya en la caja. -Eso estuvo bien vergas- agregó.
-No fue nada- respondió Magnetón. Y luego le dijo: cuál es tu poder?

Se apartaron del público y Mastique hizo alarde de lo suyo: a distancia controló una caca de perro que hizo embarrarla a un policía en su cara, quien inmediatamente se limpió, quedando todo maloliente.

-Solo puedo convertirme en caca y manipularla, no puedo crearla.
-Eres un dios entre insectos, que nadie te diga lo contrario.

Mastique sonrió. Se volvieron amigos inmediatamente. La vida en el depa (de 3x3 metros del Centro Histórico) era bastante aburrida, sobretodo ahora que él andaba cabizbajo. Pasaron unas semanas, estaban viendo la tele cuando Mamcerdo, el alcalde de la ciudad, anunciaba el triple Hoy No Circula, los asesinatos seguían a la orden del día, la brecha entre la clase política y civil se hacía cada día más amplia, la canasta básica ya era nomás una canasta de mimbre, literal, en fin, los problemas de la ciudad eran enormes y las soluciones no daban el ancho. Mastique, medio convertido en diarrea, se levantó iracundo:

-Puedo pasar a tu baño?!
-Claro, al fondo del pasillo de afuera a la derecha. Oye, pero a poco tú cagas?
-No, emm, voy a hacer del uno.
-Ah, ok.

Magnetón no pudo evitar sentir que se avecinaba una guerra. En el pecho sentía un caos de sus fuerzas magnéticas, el polo negativo y positivo se arremolinaban como río salvaje, como una promesa de gloria u olvido eterno, como los besos de Tormenta, la mutante hipertiroidea, un romance capaz de alterar el ADN por un instante.

-Uff, había un mojonsote en el escusado, pero ya me encargué- dijo Mastique, mientras Magnetón salía de su ensimismamiento.
-Tenemos que arreglar esta ciudad- replicó Magnetón muy sentencioso.
-Pero cómo? Mi poder solo sirve para ahuyentar a las personas y tú sigues yendo a tus juntas de Hombres Deshuevados.
-Confía en mi, tengo un plan, pero necesitaremos ayuda. Y no es Hombres Deshuevados, el cáncer testicular no es divertido.
-Pero tu huevo era de metal.
-Silencio. Vamos a dar un paseo.

Se perdieron entre la niebla y el hastío de la ciudad, la cual era un basurero de almas, una sala de espera hacia la nada. A dos calles del metro Popotla compraron 20 tamales de mole y 4 verdes, luego se detuvieron en una casa de paredes rosas.

- Apenas son las 9pm, ven, hay que hacer tiempo.
- Para qué tantos tamales, Magnetón?
- Considéralo como una cortesía para mi amiga Tormenta Hipertiroidea, no le vayas a preguntar nada personal, luego se encabrona y pa' qué quieres. Y los tamales son porque siempre tiene un chingo de hambre. Es bien cagona, te va a caer bien.
- Ah, bueno. Pos ya saca los de verde, ya hace hambrita- dijo Mastique.

Se comieron sus tamalitos. Magnetón abrió unas Coca Colas sin tocar la corcholata: ya iba agarrando fuerzas en su estado de ánimo y en su magnetismo. Tocaron la puerta y al cabo de un momento apareció la figura de una mujer cuyos ojos grises eran subyugados por la luz de la luna de agosto, igual de trémula que su cuerpo, por aquello de la tiroxina.

- Hola, Magnetón, tanto tiempo- Tormenta Tiroidea sabía decir las palabras suficientes y necesarias para cualquier situación.
- Algo- respondió Magnetón. Escuchar su nombre en los labios de Tormenta siempre le provocaba desconcierto, a pesar de los años. Lo remitía a la época en la que vivían al borde de la incertidumbre-. Te tengo un bizne.


                                                                                                                                  CONTINUARÁ...